VENEZOLANOS, A LA ORDEN
La migración de venezolanos al Perú ha causado revuelo entre los vendedores ambulantes nacionales, quienes afirman que los fiscalizadores municipales brindan a los extranjeros un trato preferencial.
A pesar del intenso frío y la humedad característica de nuestra ciudad, se ha vuelto una situación recurrente para los limeños toparse con más de un venezolano que expende alimentos y bebidas al paso, típicos de su tierra natal como las arepas, las panquecas y la tizana.

Cientos de venezolanos ofrecen al público sus famosas arepas.
Con casacas, gorras y polos tricolores, estos vendedores ambulantes recorren las principales avenidas de Lima en busca de nuevos clientes, quienes sucumben ante el sabor de la culinaria llanera. Los hay de todas las edades, aunque son jóvenes en su mayoría los que invitan a los transeúntes-comensales en potencia- a probar sus productos.
En las últimas semanas se ha comentado mucho acerca de tendencia de los limeños a colaborar con vendedores extranjeros y dejar de lado los productos ofrecen los vendedores nacidos en nuestra tierra. Así mismo, algunas personas consideran que los fiscalizadores municipales, personal que la Municipalidad Metropolitana de Lima envía a las calles para erradicar el comercio informal ambulatorio, corren a golpes y palos a los comerciantes peruanos y brindan a la población venezolana un trato preferencial.
Para despejar algunas es preciso recorrer las calles del Centro de Lima para corrobar si en efecto, existe un trato preferencial hacia los venezolanos, o si, por el contrario, venezolanos y peruanos sufren-en forma hilarante y equitativa-los mismos maltratos por parte de los municipales.

Eliani Rodríguez es una inmigrante venezolana de apenas 19 años, quien llegó al Perú hace casi tres meses junto a su papá, huyendo del régimen del presidente Maduro que impera en tierras llaneras y del que todos tenemos conocimiento. La escasez, la inseguridad y la falta de oportunidades hicieron que Eliani, como muchos venezolanos, viaje a nuestro país vía terrestre con la esperanza de encontrar aquí una mejor calidad de vida, recurriendo a la venta de arepas en la periferia de la municipalidad de Los Olivos para poder subsistir. “Los peruanos han sido muy amables, a mí y a mi papá nos han tratado muy bien es cierto. Pero yo no creo que sea simplemente por el hecho de ser venezolanos, creo que ustedes (los peruanos) son buena gente con todo el mundo”, afirma Rodríguez.
Totalmente opuesta es la situación de Boris García, inmigrante de 26 años procedente de la ciudad de Barquisimeto que se levanta diariamente a las tres de la mañana para preparar las 150 arepas -tortillas hechas de harina de maíz y rellenas con carne mechada, pollo o jamón- que venderá en el jirón de la unión. “Bueno fuera que los municipales nos traten bien, yo soy venezolano y sufro igual que mis colegas peruanos cuando nos decomisan nuestras cosas. La desventaja para nosotros es que no tenemos papeles y por eso ya no podemos recuperar nuestras pertenencias, prácticamente tienes que empezar desde cero”. García fue un estudiante de medicina veterinaria en su ciudad natal. Hace algún tiempo compraba arepas, no las vendía.
“Ellos son abusivos porque venden una arepa a cinco soles, aquí nosotros (los vendedores ambulantes) ofrecemos canchita, panes o lo que sea, a precios más baratos y aun así la gente les compra porque son extranjeros y tienen sus casacas con la bandera de Venezuela”, sentencia don Marco Alvarón, caballero de 62 años que vende churros cerca al jirón Huallaga en el corazón del Centro de Lima.
Lo cierto es que como miles de venezolanos emigran hoy al Perú en busca del progreso y una vida digna, muchos compatriotas emigraron a dicho país en épocas de terrorismo e hiperinflación durante el gobierno de Alan García. Quizás en su momento, la presencia de nuestros similares en la tierra de Bolívar causó revuelo, pero supieron aceptarnos y tendernos la mano. Hoy la realidad es favorable, y será determinante para nosotros aprender a convivir con ciudadanos de distintas nacionalidades, pues, al fin y al cabo, Sudamérica es una sola.